Mi amiga Emily dijo el otro día en una carta que me llegó que el problema (y lo bonito, a la vez) de gente como uno, es que somos "personas de sentir". Mucho más que otra cosa, nos guiaremos por lo que pasa en ese imaginario colectivo llamado corazón.
Ser una persona de sentimientos es algo tremendamente agotador y que me ha costado controlar a medida de que he ido creciendo, para que no afecte mi vida normal. En la pega o en la U no te van a dar el día libre porque estás apenado. No entienden que esa pena inexplicable será más grande que toda enfermedad o que los sentimientos de las personas que son de otra especie. Pero nosotros debemos entender que el mundo (la vida) sigue, el sentir no es nada y no vale como licencia para esconderte en tu cama o escaparte a la playa.
Lo bueno es que es Septiembre y eso siempre implica que lo que te rodea brilla un poco más, por lo que es una época un poco mejor y más estable para los de mi especie. Estos últimos días me ha llegado harto sol en la cara y aunque me molesta sobremanera porque soy tan blanca y mis pestañas no tapan nada el sol al juntarlas, hace que me quede menos en la casa, piense menos y, por ende, las tonteras se vayan cayendo por mis hombros sin detenerme a mirarlas y entristecer.
Siento que este año más que nada, Dios y "la vida" me han ayudado a, por fin, procesar tantas cosas y ha ir endureciendo mi piel un poquito, sólo un poquito, al menos lo suficiente como para que mi cuerpo se mantenga funcionando en este mundo... aunque mi mente y corazón estén allá lejos.