06 julio, 2016

Poner la otra mejilla

Tanto en el imaginario colectivo mundando, como en el cristiano (con Biblia en mano para afirmarlo) existe la idea de: "poner la otra mejilla". Y bien, como escribe Mateo en el capítulo 5, versículo 39, Jesús mismo dijo que: “No resistan al que es inicuo; antes bien, al que te dé una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra”.

Mucho nos podemos repetir esto, pero llevarlo a la práctica de la manera que Jesús pretendía es otra cosa. Más allá de religiosidades o creencias, este mensaje llega a nosotros. Llegó a mí antes de bautizarme en una piscina con música cristiana de fondo, antes de "nacer de nuevo", antes siquiera de tener consciencia alguna de lo que es, o puede llegar a ser, Dios.

Y es que poner la otra mejilla no es cosa fácil. No es dejarse ganar en un gallito, en un juego de cartas, o que te copien y no te dejen copiar en una prueba, o de decir "sí" cuando quieres decir no. Es despojarse de todo deseo de orgullo (inherente, según mi punto de vista, a la humanidad) o de condescendencia. Perderse del deseo de ganar de alguna u otra manera, y es más que dar en el gusto. Es ser fuerte. Es aguantar lo que no te gusta, aún cuando no es justo, es poner la palabra de Dios en práctica: es dejar cualquier deseo que tengamos y volver a recibir el golpe, sea cual sea este.

Es saber cuándo quedarse callado, cuando la batalla es más importante que tu propia sensibilidad e intenciones. Y esto es difícil de poner en práctica, más en el amor. Aún más en una sociedad individualista que te guía a velar por tus propios intereses y dignidad sobre todo. En mi caso, es despojarse de esta vía y sobreponer ante todo el amor, la paciencia; negarte aún cuando no quieres hacerlo, por más absurdo que creas que es, por un bien mayor. 

Me es extremadamente complicado ponerlo en práctica cuando se trata del amor profundo que nace más allá de la amistad, de la familia, o del cariño ocasional que se tiene por ciertas ideas, objetos o seres. Pero va por un propósito más grande: dejarse vencer aún cuando quieres seguir luchando por algo, por algo bueno, porque hay cosas que sólo cambian con el tiempo. A veces ese tiempo se ve muy lejano, como que nunca llegará. Y ahí está uno, dando tiempo y espacio, comiéndose las ganas de abrir la boca, de contraatacar al discurso que parece abismante y separador de dos entes que se dicen unidos por el amor.

He dado la otra mejilla cuando guardo silencio ante las críticas de familiares. He dado la otra mejilla cuando se interponen problemas entre amistades y uno quiere, de todo corazón, guiar a algo bueno. Por más buenos sentimientos que se tengan frente al tema al que haz de dar a torcer tu brazo, siento que en este caso, el amor, no se ve hasta que uno logra sobreponer el bienestar mental del otro a lo que uno quiere para dos. Porque quizás hoy no es el día, ni lo será el próximo mes, ni la próxima semana. Y en especial como mujer, uno enfrenta los obstáculos: no quedarte callada, no asientas cuando no quieres hacerlo, no sigas el juego porque el otro "no lo merece". Me da lo mismo, porque quiero dejar atrás el egoísmo que en algún recoveco esas posturas conllevan.

Poner la otra mejilla no es desafiar, no es cambiar tu mirada ni tu pensamiento, ni nada de eso. Es otorgar y aprender a ser fuerte no sólo por uno, sino por otros. Hay que aprender a identificar cuando es el momento, y explorar en lo más hondo de nuestro corazón. Decirle que no se mueva: ni un paso atrás, ni uno adelante. Hay que mantener la calma porque detrás de todo hay algo más que solucionar. Y, en ciertas ocasiones, por más que la rapidez empape los días de todos nosotros, jóvenes en esta sociedad, cambiar la velocidad y cambiar el tono. 

Es difícil, quizás los mejores cristianos o los más perfectos budistas lo logran. Pero lo tenemos ahí... es mejor intentarlo, que largarse, cerrar la puerta, y ponerse a nadar sólo, pensando en el eterno "y que hubiese pasado si...". Esperar. Sólo eso.

24 mayo, 2016

Todos somos "el bicho raro"

No sé si realmente todos, en cierto sentido, seamos un bicho raro. Pero yo me he sentido gran parte de mi vida así, por más que al mismo tiempo me pueda sentir como una cabrashica normal.

Creo que ser bicho raro es, para algunos, llevar la contraria a propósito. En mi caso, se me ha dado más con el tiempo, el sentir que no pertenezco del todo aquí y allá y que tiendo a elegir o simpatizar más bien con personas, grupos y situaciones que no todos aceptan socialmente (lo que es una tontera al final).

Cuando todas mis amigas querían ser top y pasear en Reñaca, yo fui un intento de Otaku. Cuando todos querían fumar e ir a fiestas, yo prefería ver maratón de películas o leerme un libro. Cuando todos comienzan a renegar de la religión, me vuelvo cristiana. Y así. El mundo no gira en torno a mí, todo lo contrario, siento que hay una necesidad enorme de encajar, pero no pasa. Mi manera de encajar es no encajando. Aún así, soy una reproducción más de nuestra sociedad.

Es complicado porque mientras más pasa el tiempo, más me doy cuenta de la incomodidad que genera este desencajamiento, por llamarlo de alguna forma. Siento que en mi formación me perdí de ciertas cosas, ciertas convenciones, que hoy ya en la "adultez" se reflejan en mi como este choque con el mundo.

Y siento que este es el único lugar donde puedo expresarlo: directo de mi mente, en mi espacio personal.

Todo se da y me tira para el lado contrario (que a la vez, tiene a muchas personas más, desconocidas entre sí) de lo que es "normal" o "popular". Es tanto así que no sé cómo explicarme. Y que veo que en esa dificultad, uno no es especial, sino que sólo es un extraño. Un ente que no tiene claro dónde van los pies y dónde la cabeza. Me perdí esas clases de convivencia social, emocional, quién sabe. Me las perdí y ahora las vuelvo a encontrar, pero no sé cómo tomarlas para insertarme de una vez por todas en este mundo, en esta sociedad.

15 marzo, 2016

Logré un sueño, o algo así

Dando vueltas por mis mismos escritos me di cuenta que quería trabajar escribiendo hace algunos años. Buenas noticias: lo hago. Hace más de un año ya estoy trabajando escribiendo. Al comienzo sí, fue algo muy soñado, podía aportar mucho, podía hacer algo similar a lo que hago aquí. Luego todo mi trabajo se transformó en esto (click aquí).

Mi escritura se alejó del núcleo que deseaba, por necesidad, por trabajar más que por compartir ideas. Pero creo que siempre existe la posibilidad de crear espacios para uno hacer lo que quiere. Hoy trabajo en un medio de comunicación que se aleja más aún de lo que hacía en mi "primer" trabajo, pero creo que queda en uno explotar y buscar esas vías para hacer lo que quieres de todo corazón.

He oído comentarios y críticas hacia las cosas que he hecho por trabajo - ninguna ha ido muy lejos de mis principios. Pero, saben algo, loco, uno tiene que trabajar. Más allá del dinero, trabajo porque quiero moverme, porque me carga estar quieta, y espero que en este nuevo proceso de tener un nuevo trabajo, no quedarme sólo con eso. Ir más allá.

Al final, además, lo que haces con lo que "ganas" más allá de lo profesional, se vuelve en tu vida: me cambié de ciudad por trabajo, he ganado amigos, experiencias, cosas que puedo disfrutar. Y lo que más he ganado con la independencia económica y en todo sentido es mi empoderamiento. Y el explorar la vida que quiero para mí. Me gustaría ser más austera, ser más aventurera, pero creo que eso irá en un siguiente capítulo.

Pero de que va a ocurrir, va a ocurrir.

Al menos hoy puedo decir que hago lo que más me gusta para vivir, aunque no de la manera ideal. Pero voy construyendo un camino, y no voy a parar.

11 marzo, 2016

No quiero tus piropos, quiero tu respeto

Fotografía sacada de Eslamoda

Esto es bien distinto a lo que suelo escribir, pero hoy sentí que tengo que sacar de mi pecho esto. 

¿Por qué pasa esto? El llamado "acoso callejero", que está en todas partes. No importa cómo seas físicamente, cuánto midas, si te vistes "conservadora" o no. Seas como seas, va a pasar. También a hombres, pero en menor medida. Todos lo sufrimos de alguna manera.

Hablando hace unos meses con mi familia del tema ellos me llamaban "exagerada". Yo criticaba que, aún si es temprano en la mañana, si vas al trabajo, si sólo saliste a comprar el pan... Y sí, hay piropos, que uno no pide pero llegan, pero además están esas frases insinuantes con atrevimiento, que no tenían por qué decírtelas, ni uno razón de tener que soportarlas.

También hay miradas deseosas que uno no tiene por qué aguantar. Y las recibe. Uno sabe cuando es un "halago" y cuando no lo es. O deberíamos aprender a diferenciar.

Hoy caminando por una calle en la mañana recibí una propuesta/piropo demasiado indecente. Era temprano, yo iba a una entrevista por lo que llevaba vestido - no escote - y caminaba tranquila. Pero pasé al lado de un grupo de hombres que comenzó a gritarme. Y entre ellos, uno se subió de tono. No supe qué decir, ni siquiera paré, seguí caminando, enojada, hacia mi destino. "Estoy atrasada, debo seguir caminando", pensé.

Pero después de reflexionarlo, me pregunté por qué no dije nada. Por qué no puse a esa persona sin respeto ni educación en su lugar. ¿Cuál es su potestad para hablar así de mí, de mi cuerpo? Ninguna. Debería haberle dicho lo mal que estaba. 

Me topé en el camino, a pocos metros, una patrulla de Carabineros, y pensé en decir algo, ya que dicen que se está avanzando para legislar sobre el tema... Pero no confié en ellos. A veces, ellos también tienen sus miradas, aunque no puedan decir nada.

Y es que es cosa de todos. Uno, de aquellas personas que tienen el atrevimiento de darte una "opinión" de lo que piensan de ti o qué quieren hacer contigo, que nadie se los preguntó y llega a ser repulsivo. Pero otra cosa es uno (o una). ¿Quién nos enseñó a defendernos? A mí, mi mamá nunca me dijo que tenía que responder así o asá. Sólo es "cuídate", "no vuelvas sola a casa", a lo más un "no hables con desconocidos".

Es culpa de todos... Por no defendernos. Yo pienso, qué resulta de eso... nada. Pero es cosa de ir educando de a poco, de enfrentar y decir: "No puedes decirme esto sobre mí y mi cuerpo, ¿quién te crees que eres?". Porque no son nadie. Y luego una debe cargar con sus dichos y con los malos ratos. Y más en verano, parece que cada mujer que sale a la calle con menos ropa por el calor se enfrenta a un montón de buitres en el desierto, y eres la única presa moribunda a la que ven.

No está bien. Quiero saber qué hacer. Y quiero saber que todas lo haremos juntas. Flacas, gordas, esculturales, con cuerpos enjutos, poca y harta ropa y maquillaje. Sus ganas reprimidas y sexualidad mal utilizada no son mi culpa, señor. Quiero respeto. Quiero caminar tranquila por la calle, como muchas mujeres queremos hoy en día. En cualquier parte del mundo.

28 febrero, 2016

Ser fuerza laboral (y lo que pasa con la "adultez")

El último tiempo ha sido muy distinto, pues, cuando estás creciendo todo siempre es nuevo. Está bien, yo ya crecí, pero estoy en otra etapa: "ser grande".

Salir de tu primer trabajo "real" (tiempo completo, en oficina, con trámites), para buscar otro, tener un espacio que llamas tu hogar, que sólo es tuyo, que no paga nadie más que a quien tú eliges... Ha sido una buena experiencia, pero vaya que cansa.


Por mi mente pienso "no me siento como adulto", sin embargo, hago cosas "de adulto. No logro definir - y veo que quienes me rodean están igual - si se debe sentir diferente, o es cosa de vivencias. Yo me dejo llevar, tomo mis decisiones, me equivoco, e intento mejorar.

Ahora parto un nuevo capítulo dentro de esta gran etapa. Sólo espero ser lo suficientemente audaz. Creo poder serlo.