Ya hace casi tres meses que me vine a la capital a trabajar.
Me cambié de ciudad, y aún sigo entre cambios y construcciones, sin un lugar fijo ni una tímida raíz que se asome por este lugar.
Me imaginaba que sería más hostil, pero he estado en los lugares acogedores indicados.
Me imaginaba que me desagradaría, pero he aprendido a ver lo bello de acá.
Si solo me quedo concentrándome en lo malo, nunca apreciaría lo que tengo al frente. Y debo decir, que estoy bastante feliz: tengo un buen trabajo, más que eso tengo un gran equipo y estoy conociendo a hermosas personas. Tengo el lujo de trabajar y vivir en bellos lugares, aunque queden lejos entre sí. Y de no estar sola aunque quisiera, de tener - provisoriamente - una familia postiza que me ha ayudado bastante, y se ha preocupado de que no me quede sin abrigo ni comida.
Me he ido acostumbrando y asombrando con este camino que recién comienza. Tengo a mis seres queridos aún cerca de mi. Pensé que sería peor venirme a la "gran ciudad", alejarme del mar y de las distancias cortas y de la brisa marina helada y pura (eso sí lo extraño harto) y de trotar junto al mar y caminar a todas partes. Extraño a mis amigos y a mi familia, pero también sé, que es aquí donde tenía que estar ahora mismo.