Tanto en el imaginario colectivo mundando, como en el cristiano (con Biblia en mano para afirmarlo) existe la idea de: "poner la otra mejilla". Y bien, como escribe Mateo en el capítulo 5, versículo 39, Jesús mismo dijo que: “No resistan al que es inicuo; antes bien, al que te dé una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra”.
Mucho nos podemos repetir esto, pero llevarlo a la práctica de la manera que Jesús pretendía es otra cosa. Más allá de religiosidades o creencias, este mensaje llega a nosotros. Llegó a mí antes de bautizarme en una piscina con música cristiana de fondo, antes de "nacer de nuevo", antes siquiera de tener consciencia alguna de lo que es, o puede llegar a ser, Dios.
Y es que poner la otra mejilla no es cosa fácil. No es dejarse ganar en un gallito, en un juego de cartas, o que te copien y no te dejen copiar en una prueba, o de decir "sí" cuando quieres decir no. Es despojarse de todo deseo de orgullo (inherente, según mi punto de vista, a la humanidad) o de condescendencia. Perderse del deseo de ganar de alguna u otra manera, y es más que dar en el gusto. Es ser fuerte. Es aguantar lo que no te gusta, aún cuando no es justo, es poner la palabra de Dios en práctica: es dejar cualquier deseo que tengamos y volver a recibir el golpe, sea cual sea este.
Es saber cuándo quedarse callado, cuando la batalla es más importante que tu propia sensibilidad e intenciones. Y esto es difícil de poner en práctica, más en el amor. Aún más en una sociedad individualista que te guía a velar por tus propios intereses y dignidad sobre todo. En mi caso, es despojarse de esta vía y sobreponer ante todo el amor, la paciencia; negarte aún cuando no quieres hacerlo, por más absurdo que creas que es, por un bien mayor.
Me es extremadamente complicado ponerlo en práctica cuando se trata del amor profundo que nace más allá de la amistad, de la familia, o del cariño ocasional que se tiene por ciertas ideas, objetos o seres. Pero va por un propósito más grande: dejarse vencer aún cuando quieres seguir luchando por algo, por algo bueno, porque hay cosas que sólo cambian con el tiempo. A veces ese tiempo se ve muy lejano, como que nunca llegará. Y ahí está uno, dando tiempo y espacio, comiéndose las ganas de abrir la boca, de contraatacar al discurso que parece abismante y separador de dos entes que se dicen unidos por el amor.
He dado la otra mejilla cuando guardo silencio ante las críticas de familiares. He dado la otra mejilla cuando se interponen problemas entre amistades y uno quiere, de todo corazón, guiar a algo bueno. Por más buenos sentimientos que se tengan frente al tema al que haz de dar a torcer tu brazo, siento que en este caso, el amor, no se ve hasta que uno logra sobreponer el bienestar mental del otro a lo que uno quiere para dos. Porque quizás hoy no es el día, ni lo será el próximo mes, ni la próxima semana. Y en especial como mujer, uno enfrenta los obstáculos: no quedarte callada, no asientas cuando no quieres hacerlo, no sigas el juego porque el otro "no lo merece". Me da lo mismo, porque quiero dejar atrás el egoísmo que en algún recoveco esas posturas conllevan.
Poner la otra mejilla no es desafiar, no es cambiar tu mirada ni tu pensamiento, ni nada de eso. Es otorgar y aprender a ser fuerte no sólo por uno, sino por otros. Hay que aprender a identificar cuando es el momento, y explorar en lo más hondo de nuestro corazón. Decirle que no se mueva: ni un paso atrás, ni uno adelante. Hay que mantener la calma porque detrás de todo hay algo más que solucionar. Y, en ciertas ocasiones, por más que la rapidez empape los días de todos nosotros, jóvenes en esta sociedad, cambiar la velocidad y cambiar el tono.
Es difícil, quizás los mejores cristianos o los más perfectos budistas lo logran. Pero lo tenemos ahí... es mejor intentarlo, que largarse, cerrar la puerta, y ponerse a nadar sólo, pensando en el eterno "y que hubiese pasado si...". Esperar. Sólo eso.