19 octubre, 2010

Octubre, octubre


Para variar, quiero irme lejos.
Lejos para pensar, para dormir, para respirar.

Estuve lejos el fin de semana, preparándome psicológicamente. ¿Para qué? Para comenzar a ser peregrina. Desde enero, cuando mi familia se vaya a vivir a otra ciudad a horas de la mía, donde no conocen a nadie, yo me quedaré "cómoda" en el mismo lugar en donde nací, crecí y he estudiado y establecido mi vida hasta ahora.

Desde ese momento, no tendré casa. Porque donde viva mi familia, no viviré yo. Y donde viva, no será mi hogar. Creo que los seres humanos vamos buscando siempre eso del concepto del hogar en todo: en gustos, en personas, en cuanto a características físico-espaciales, en parejas... Adapataré mi hogar a mí misma y a mi cuerpo: Un metro ochenta y unos kilos de sobrepreso serán mi carpa y mi familia.

Cambiaré algunos hábitos, desarrollaré más o quizás menos mañas, no pelearé tanto con mi hermano chico por no ver televisión o por quién se come el último plátano de la frutera.

Hay veces en que me despierto y siento algo de miedo, de incertudumbre. Pero pasan los minutos y todo eso se va sin necesidad de llorar o de pensarlo demasiado. Es intrínseco, estamos hechos de un material volátil como nuestra estadía en ciertos lugares o con ciertas personas. Vamos y volvemos. En nuestro propio "mundo", país, continente, somos personas ajenas. Nacemos, vivimos, morimos. Acabamos rápido. Vamos vertíginosos aunque queramos vivir en paz. Eso creo, eso estoy viviendo.